Sobre el Museo de las emociones humanas

Por: YareMon



“Somníferos introspectivos: yoga, buda, drogas, activismo, servicio comunitario, taoísmo, indigenismo.
Sólo acciones de fin de semana para salvar al mundo de los mal intencionados.
No necesitamos de culpa, ni de responsabilidad, sólo de felicidad.
No necesito de nadie, soy autarca emocional.
Domesticado por psicoterapia y éxitos que puedo mostrar a los demás. Obligatoriedad de la felicidad; prohibición de la melancolía”. 

Alberto Villareal, El Lado B de la materia. 




Este texto es una reflexión, un diálogo casual con uno de los monólogos de "El Lado B de la materia", obra de teatro de Alberto Villareal, estrenada en el Teatro Juan Ruiz de Alarcón en agosto de 2013. También pretende ser una invitación para acercarse su creador y al teatro contemporáneo en general.

Foto: YareMon
Clamar que el mundo es una catástrofe y que alguien debe hacer algo para detenerla en estos días de evidente descomposición del Mundo de lo Humano no requiere de ninguna clarividencia, parece que por lo menos no en México. Llevamos casi nueve años de Guerra contra el Narcotráfico, lo que significa que varios niños han nacido y crecido en medio de esta lluvia de balas. Hemos sido testigos de la desaparición de Luz y Fuerza, el sindicato independiente más grande de México. La represión descarada del Estado hacia las masas enfurecidas: el 1ero de diciembre es la fecha que golpea mi memoria con más fuerza. Y más recientemente la desaparición forzada de 43 estudiantes de una escuela normal rural –el tiempo ha dejado de correr desde el 68, pero no la sangre–. No, no creo que se requiera de ninguna mirada clarividente para advertir que todo esto que pasa no debería estar pasando.

Frente a estos años de horror sin ni un poco de maquillaje de derechos democráticos básicos, algunos se han comenzado a preguntar “por qué” y “qué pueden ellos hacer”. La mayor parte de los inquisidores son jóvenes, hijos de la generación que conoció ese pasado dorado y cuasi mítico llamado Estado de bienestar, muchos de ellos todavía con la posibilidad de recibir educación universitaria institucionalizada. Jóvenes universitarios preocupados por su presente de guerra y necesitados de proyección de nuevos futuros.

Dar respuesta a estas preguntas no es fácil, pero parece que no es la primera vez que los estudiantes asumen la tarea de lanzar la chispa para comenzar el incendio que de a luz a nuevas Historias. El siglo XX tuvo su 68 (francés y mexicano), el XXI está teniendo otra dosis de ellos –el tiempo ha dejado de correr desde 68, pero no la sangre–. Sin embargo la forma en la que la alegre y natural juventud ha asumido esta tarea, es inquietantemente similar a la de hace un siglo. Nada nuevo bajo el sol, las prácticas y discursos reproducidos hasta el cansancio en las universidades y plazas públicas parecen un eco cansado de voces derrotadas del pasado. La imagen es brutal: una juventud vieja. Con toda la potencia de la nueva vida, y lo suficientemente podrida y encerrada en éste pasado-presente como para no poder generar otra chispa.

Los jóvenes de los que hablo no son herederos directos ni del Mayo Francés ni del 68 mexicano. Entre este acontecimiento histórico y el suceso de sus nacimientos, aconteció otro quiebre en la Historia, la caída del muro: fin del socialismo real y momento inaugural de la posmodernidad. Estos jóvenes nacieron en el período de la clausura de la Historia. El proyecto de Ser occidental podía recibir estas nuevas vidas con una frase que los Sex Pistols hicieron popular: “There’s no future”.

¿Qué le queda a los hijos de la posmodernidad para dinamitar el muro hecho de temporalidad muerta que surgió de las ruinas de ese muro que dividía a Alemania? La juventud dorada de las universidades continúa intentándolo todo sin lograr nada. Practica la más rancia moral leninista del siglo XX, el activista estudiantil nunca había gritado tan fuerte y desgarrado en las asambleas, ni acusado a tantos compañeros de traidores de clase, el “anarco” jamás había hecho explotar tantas bombas. También practica moralidades anti-occidentales y contraculturales, nunca antes había habido tantas clases de yoga o sesiones de meditación zen, el New Age se constituye como un estilo de vida más entre muchos otros y no actividad disidente, al fin, sólo es un producto más que generará una ganancia. La pobreza y la vida de los trabajadores en abstracto son idealizadas. De la misma manera jamás había habido una lucha tan violenta y tan inofensiva por el reconocimiento de “estilos de vida alternativos” que se hacen pasar por discrepantes: lesbianas, veganos, drogadictos, “psiconautas”, “feministas” feroces que claman por sangre de las erecciones de quienes pudieron ser amigos, hermanos o compañeros. Tantas prácticas incómodas que parecen sólo formar parte de una penitencia cuasi-religiosa para expiar a cada bocado de soya o tofu (evidentemente transgénico), el pecado original mal llamado neoliberalismo. Tanto activismo, tanta rebeldía de fin de semana, pero la Historia se niega a parir futuro.

El problema no parece radicar en la falta de actividad. La juventud está vibrando. Quizá el problema tenga que ver con que vibra al mismo ritmo que el Fin de la Historia. A la juventud heredera de la posmodernidad, quizá le quede la tarea más difícil de todas, sentir la vibración sorda del Fin de la Historia, dejar de moverse en ese compás y desgarrar ese silencio con una melodía nunca antes escuchada. Dejar de sólo “salir a la calle a recordar que hubo gente que se tomó esto en serio, que perdió la vida por esto”, y arriesgarse a destruir de una vez por todas esta forma de Ser. Todo o nada. Dejar de repetir viejos himnos y componer la melodía, a partir del presente vivo, ¡que suene el fin del fin de la Historia!

Tal vez este final suene similar a alguna canción de los Tiger Lillies. Si el lector quisiera ver la obra de teatro, la puede encontrar en el siguiente enlace de Youtube: 



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