Monstruo de dos cabezas

Por: Edna Mayra V. N.

“Te quiero no por quien eres, sino por quien soy cuando estoy contigo”

GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ 

Gustav Klimt, “El beso“. 1907

El presente escrito está basado en la serie HOW I MET YOUR MOTHER, la cual a grandes rasgos trata sobre la búsqueda del amor, el matrimonio y la familia como decisiones importantes de la vida. Cada personaje personaliza diferentes concepciones de parejas, pero son Lily y Marshall la pareja que representa el único amor, la media naranja y el concepto de amor a una sola persona desde que se le conoce.

Durante la serie sucedieron dos momentos que me parecieron interesantes, el primero el rompimiento de Marshall y Lily por la búsqueda de su propia identidad, el segundo cuando regresan y su mejor amigo, Ted, los visualiza como un monstruo con dos cabezas.


Esta imagen, de ver una pareja como una sola, me pareció una representación idónea que caracteriza ese momento en el que los sentimientos de una pareja son tan intensos que se decide pasar casi todo el día y la mayoría de los días con él/ella.

En la mayoría de los noviazgos, ese periodo de tiempo suele encontrarse dentro de los primeros meses (hablando de relaciones duraderas). No me dejaran mentir aquellos amigos que han tenido que soportar ser el tercero mientras sus amigos están con sus parejas, o aquellos grupos de amigos que en sus salidas, alguno de los integrantes lleva consigo a la pareja.

En lugar de preguntar por qué sucede esto creo que es más interesante pensar cómo es que la constante convivencia del otro afecta la vida de una persona al grado que al llegar al rompimiento ésta sienta que no tiene sentido la vida sin aquel que lo abandonó. Para esto no utilizaré análisis clásicos de la psicología, en su lugar intentare explicarlo desde la perspectiva de los roles y la identidad, por lo que intentare de forma simple explicar cómo es posible la fusión de dos personas en un “monstruo de dos cabezas”.

La identidad.

No entraré en discusiones sobre qué es la identidad, por lo que ocupare una definición simple. La identidad son las características propias de cada uno de nosotros, lo que otros consideran que me hacen ser yo y no otro, y características que yo reconozco como propias. Así, cada uno de nosotros a través del tiempo configuramos aspectos que nos hacen ser nosotros, y varias de estas características serán constitutivas de la personalidad. Características que continuarán más o menos estables con el tiempo.

Gran parte de la construcción y transformación de la personalidad se encuentran determinadas por las interacciones con los demás, pero no todas las interacciones impactan en ese desarrollo, sino que son aquellas relaciones duraderas y significativas las que impactarán en nosotros y provocaran que asumamos patrones conductuales, también conocidos como roles. Así la personalidad de cada uno, incluye nuestras facetas más importantes, ser el hijo, la hija, el padre, la madre, el hermano, el estudiante, el trabajador, el profesionista, el niño problema, etc., cada una de estos roles constituirán características de quienes somos y formaran nuestra identidad. En un principio la primera influencia será la familia y el rol de hijo absorberá la mayor parte del tiempo. Hasta ese entonces somos sólo hijos, niños.

Al entrar a la escuela, seremos estudiantes e hijos, al continuar creciendo, seremos amigos, y éstos adquirirán un valor mayor que la propia familia, con ello no quiero decir que la familia pierda su valor, sino que por el crecimiento, el grupo más influyente son los amigos. Con ellos se diversificaran diferentes actividades y los roles se empalman (ej. amigo y estudiante en el salón de clases) pero cada uno cumple su función, nos forjamos una identidad, una idea de quienes somos cuando estamos con alguien y cambia de acuerdo a la situación y la persona con quien estemos.

… Y cuando tenemos pareja ¿Qué pasa?

Imaginemos a un hombre o a una mujer jóvenes, pensemos que aún no han experimentado su primer noviazgo. Hasta antes de conocerse se ha mantenido estables en sus roles, imaginemos para fines de un mejor entendimiento, que proporcionamos porcentaje de tiempo a los diversos roles que tenemos, los cuales arbitrariamente en este ejemplo serian: hijo 10% (en esta casilla incluyo el tiempo de interacción que paso con los padres), estudiante 20% (incluido el tiempo de tarea y escuela), ser amigo 60% (que incluye el tiempo en que se platica en la escuela, en que se reúnen, e incluso el tiempo utilizado para chatear) y el ultimo 10% incluirían actividades extras, deportes, tiempo solo, etc.

Estos valores, permiten ejemplificar el tiempo que ocupamos para los roles. Pero estos cambian una vez que tenemos una relación de pareja.

En primera instancia, el periodo de atracción puede afectar las interacciones. Esto sucede cuando nos gusta tanto una persona que no dejamos de hablar de ella, incluso al grado (en algunas ocasiones) de hartar a nuestros amigos. Estos pensamientos dedicados a esa persona que nos atrae comienzan a penetrar nuestros roles, es decir, la aparición de un nuevo rol siempre conlleva un cambio, el cual por el simple hecho de serlo no implica ningún valor moral (que el nuevo rol sea bueno o malo). La intromisión de los pensamientos románticos o sexuales en las actividades que realizábamos con normalidad anuncian la llegada de un nuevo rol que se abre paso entre los demás, nos convertiremos en los cortejadores, los cortejados, los indecisos, etc.

Ahora supongamos que el periodo de cortejo ha concluido, ahora el/la joven del ejemplo tiene novia/o, hemos dejado a tras el rol anterior, y no somos más aquel que tiene miedo a hablarle a la chica o el que intenta agradarle, es decir, un nuevo rol reemplaza el anterior y no se experimenta como una perdida, como podría ser el reemplazo del rol de hijo a huérfano.

Lo curioso de la mayoría de los noviazgos es que la pareja tiene prioridad. Se desplazan las amistades y posponemos actividades, lentamente, sin percibirlo (los amigos si lo notan) el rol de novio penetra, desplaza o empalma otros roles. Así en nombre del amor podemos dejar de ver nuestros amigos, descuidar la escuela, tener problemas con nuestros padres, o por el contrario, involucrar a nuestra pareja en actividades que antes eran exclusivas del grupo de amigos, también puede ocurrir que se ayuden mutuamente en las actividades escolares y por supuesto organizar tiempo solo para el romance de pareja.

El monstruo de dos cabezas.

El surgimiento del nuevo rol dominante obliga y con consentimiento nuestro, la configuración de un nuevo YO, uno que construiremos con el otro. Lo mismo sucederá con la pareja, se trata de una mutua construcción de quienes somos cuando estamos con esa persona que reconocemos como el ser amado, y por ello al contrario de otros roles como el de estudiante por ejemplo, el rol de novio/a nos deja expuestos a cambiar aspectos que eran centrales en nuestra personalidad por la influencia de la persona amada y por ende en la identidad que los demás tienen de mi propia persona. Es por esa razón que en algunas parejas estos cambios son notables, pues se cambia el tipo música, la forma de vestir, de comportarse, e incluso aparece el control de la pareja hacia el otro, o la mutua influencia. Este cambio para los amigos no pasa desapercibido, pues mostramos una nueva faceta de nosotros que no conocían.

El grado de esta compenetración y la mutua definición de lo que es ser pareja específicamente de él o ella, forma el como soy cuando estoy con esa persona, y esta puede llegar a monopolizar todo nuestro tiempo, convirtiéndonos en un monstruo de dos cabezas, perdiendo la identidad anterior, nuestra individualidad. Esta nueva identidad nos hace olvidar que aun conservamos aunque sea un poco, parte de nuestra identidad pasada.

Rompimiento.

Cuando nuestro mundo gira alrededor del otro, cuando entregamos gran parte de nuestra identidad a cambios en nombre del amor, corremos el riesgo de perder quienes somos, en especial cuando aquel que nos definía se marcha. El dolor de la pérdida, el vacío en nuestra identidad sin el otro, la ausencia de actividades compartidas, los recuerdos etc., en la gran mayoría y dependiendo el grado simbiosis con el otro, nos obligaran a recurrir a nuestros viejos roles, acudimos a los amigos apelando a la amistad, retomaremos la escuela, iniciaremos nuevas actividades para ocupar ese tiempo que antes se compartía con el que fue nuestro amor, dependiendo el dolor se recurrirá al alcohol e incluso a caer en la desesperación, en la depresión absoluta y el suicidio será una opción cuando pensamos que no somos nadie sin él/ella. U ocurrirá un brusco un cambio en nuestra personalidad, una que incluso las personas cercanas a nuestro alrededor no reconocen como parte de nosotros.

Pero al final, aunque no podamos volver a ser quienes éramos antes de tener pareja, incluso con el dolor, se abrirá paso la reconstrucción de quienes somos. Y talvez, sólo talvez, la siguiente ocasión cambiaremos gradualmente nuestra personalidad, procurando mantener tiempo para nosotros mismos, para los amigos y lograr nuestras metas, cuidando así nuestra identidad individual en lugar de abrir y cambiar aspectos importantes de nosotros para continuar agradándole a la persona de nuestro amor

Caso especial, es de aquellas personas que cambian de parejas una tras otra. Es decir, aquellas personas que tenían pareja y comienzan una relación con otro/a, abandonando posteriormente al primero sin darse tiempo a estar a solas consigo mismos. Este cambio de parejas no sólo refleja el miedo a la soledad, sino el miedo a pensar en uno mismo y con ello cuestionarse sobre su vida, reflexionar sus decisiones y porque no, extrañar a la persona con la que compartió muchos momentos.

El cambio de parejas permite escapar del miedo que implica estar solo. El miedo a ser uno mismo sin el otro y en ocasiones, ese miedo implica renunciar a la individualidad para conservar el llamado “amor”.

Una pequeña conclusión.

Todas las parejas, sin importar la orientación sexual, han sido alguna vez “monstruos de dos cabezas”. Un momento en el que ambos renuncian a un poco de sí mismos para cambiar y dejarnos influir por el otro. Un momento que podría ser lo más hermoso y que con el rompimiento se convierte en lo más doloroso. Pero dependerá de cada uno como afrontar ese vacío que dejó el otro con su adiós.

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