Saraí
Por: Leyv Propolovsky.
Estoy frente a la casa de Saraí, llevo un tiempo enamorado de ella, de lejos, como amigo.
Ella
es una chica simpática, linda, mas no hermosa, tan bonita como lo es
una florecilla silvestre, tan delicada como cualquiera de ellas, de esas
flores que se usan de adorno, que hacen más agradable el arreglo pero
que nunca podrían eclipsar a una rosa o una azucena o una amapola, pero
que sin ellas todo se ve vacío, sin frescura. No mide más de metro y
medio, la estatura perfecta en ella, los tacones no le quedan, cualquier
anomalía en su estatura afecta y quiebra su dulce equilibrio, eso
siempre le molesta. Es de facciones finas tanto como pinceladas de
acuarelas, como la mayoría las mujeres con su fisonomía.
No es
una mujer tímida como se podría pensar, mas si prudente, y pareciese que
no quisiera nunca resaltar, tiene esa clase de seriedad soñadora de la
que parece que presta toda su atención pero realmente sólo escucha a
ratos lo que le dicen. En clase es de las que apenas se notaba, de las
que no escuchabas más que el sonido de su bolígrafo al escribir y su voz
normalmente sólo se escuchaba cuando decía “presente”; siempre era de
las primeras en entrar y de las que no veías salir, cuando se le
abordaba de repente siempre se tenía que sacar de su ensimismamiento,
tardaba en reaccionar y se necesitaba repetir lo dicho más de una vez,
por eso optábamos por primero llamar su atención, pero fuese por lo que
fuese nunca dejaba de responder con una fina sonrisa en su rostro que no
dejaba ver su estado de ánimo, eran sus ojos los que se encargaban de
delatarla.
Creo que alguna vez tuvo un novio, de eso no estoy muy
seguro; él era un muchacho igual de simpático, formaban una bonita
pareja, agradable a la vista, se les veía muy bien juntos; a pesar de
eso, curiosamente, jamás iban abrazados, ni del brazo, siquiera llegue a
verlos tomados de la mano y mucho menos algún beso, ni cuando se
saludaban; uno podría suponer que eran parintes o amigos de la infancia,
pero quién sabe, no era algo que a alguien le importará porque daba
gusto pensarlos novios; no puedo decir mucho más de esa “relación” pues
así como de repente se empezó a verles juntos, así luego del muchacho
no se supo nada, aunque a decir verdad a nadie le importo, nadie
pregunto, nadie volvió a mencionarlo, ni siquiera nosotros, sus amigos.
Debo decir que siempre imagino que sale de su puerta por
casualidad, me ve y me saluda tan dulcemente como suele hacerlo, o que
me ve desde su ventana y me grita para que la espere salir, otras veces
deseo encontrarla llegando a su casa y antes de entrar me pida raptarla
un momento para sentarnos a hablar de cualquier cosa; a decir verdad tan
sólo quisiera poder oír su voz aunque sea de lejos, una caricia al
tímpano y una puñalada al pecho. Aquí estoy de nuevo, frente a la puerta
de su casa y una vez más la pasaré de largo. No me atrevo a preguntar
si regreso.
Me gustó mucho el cuento corto. Muy facilmente me introduje en la historia y aunque no me gusto el final porque anuncio me hubiera gustado que el chico le hablara a la chica,tiene un final de la vida real, pues toma una decisión que todos hemos hecho alguna vez... ojala publiques otra cosa xq escribes muy bien. Saludos...
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