"Provocación" de Stanislaw Lem. El pasado, el futuro y otras calamidades
Autor: Enemigo del pueblo
Un
libro clásico es aquel que a pesar de que se sigue leyendo con cierta
devoción, ya no tiene una gran influencia en la nueva literatura.
Podemos decir que tanto Homero, Dante y Cervantes, por ejemplo, son
clásicos, porque se siguen leyendo y aún fascinando a algunos lectores,
pero ¿alguien podría rescatar algo de ellos aún? Han dicho varios
autores, entre ellos Borges, que siempre que se ha hecho una innovación
en la literatura se ha vuelto a la antigüedad, y es cierto, sin embargo,
no todos los antiguos son clásicos como lo entendemos actualmente.
En otra ocasión hablaré de los clásicos, y tal vez trate a algunos para
hacer notar, la fortuna o infortuna, según se vea, que han pasado los
libros y autores que de entre sus contemporáneos, dieron todo tan rápido
que hoy, sólo quedan como lecturas obligadas, por el placer que son
capaces de proporcionar y no por su fama. Son los únicos que dan un
placer sin remordimiento, sobre todo en los escritores o los que
pretenden serlo, ya que en nuestros días ya nadie lee por puro placer,
sino para ser influido. Si no adquirimos nada sentimos que hemos perdido
el tiempo. Pero a veces necesitamos un descanso, y para eso están los
clásicos. Claro que resulta a veces “un descanso muy cansado”, pero con
una gran recompensa. ¿Quién, que tenga pretensiones literarias no ha
sentido abatimiento aunado al placer del texto cuando lee la Ilíada, El
Quijote o cualquiera de las últimas obras de Dostoievski? Si sólo
leyéramos las grandes obras habría menos escritores (lo cual podría ser
también una gran ventaja). Sin embargo, aquellos que nos motivan son
escritores menores, por decirlo así, porque no han alcanzado la fama ni
la inmortalidad y, quizá, nunca la alcancen, pero son sólo ellos los que
tiene influencia en la literatura posterior.
Poe
ya no puede aportar casi nada nuevo a la literatura del futuro si es
que la hay, aunque su lectura siga siendo obligada para entender la
literatura que le siguió hasta nuestros días. Afortunadamente hay
escritores de todas las épocas que no son clásicos, aunque hayan sido
bien leídos en vida y después de su muerte. Cercano a nosotros tenemos a
uno que se considera un clásico de la ciencia ficción. Puesto que este
terreno parece estar ya vedado por el avance desmesurado de la ciencia
real, ya podemos hablar de clásicos de la ciencia ficción. Sin embargo,
este autor utilizó muchas veces sus grandes historias como un mero
pretexto para expresar un pensamiento que ya no se da en la filosofía.
Stanislaw
Lem, para quien no tiene aún noticias de él, nació en Polonia en 1921.
Estudio medicina y física, sin embargo, sus tendencias literarias se
manifiestan desde su juventud. Es autor, en su mayoría, de novelas de
ciencia ficción.
De
todos los autores del siglo XX (al menos de los que he leído) Lem es el
único que ha heredado la imaginación de Cervantes, el ingenio de
Rabelais y la mordacidad de Swift. Se le ha comparado a este último por
su saga de “Viaje a las estrellas” con el utópico Ijon Tichy. Al igual
que Cervantes, creo un personaje cómo un pretexto para una serie de
aventuras, que no pudieron ocurrirle a ningún otro. Al igual que
Rabelais, recurrió a la mención de libros imaginarios para darse mayor
libertad. Al igual que Swift, utilizó la fantasía para hacer las más
crudas críticas a la humanidad. A pesar de todas estas reminiscencias
que se tienen al leerlo, es uno de los escritores más originales del
siglo XX.
Provocación,
es de los últimos libros de Lem. Este marca no sólo el fin de sus
libros de ciencia ficción, si no el fin de toda literatura de ciencia
ficción. Pocos libros han sido tan apocalípticos. Se aleja de ese
habitual humor que caracteriza casi todas sus obras anteriores. En este
libro trata dos temas con aparente seriedad, pues se trata, uno de un
recuerdo, y el otro de una predicción. Lem simula comentar dos libros
inventados por él mismo. El primero sobre el holocausto y el segundo
sobre un tema que parece una profecía, que ya no es futura; se trata de
un libro de estadísticas, sobre lo que hace la humanidad en un minuto.
El
primer libro es el más complejo y de mayor importancia, ya que se trata
de un hecho real, pero el segundo es más interesante. Pero, aunque
parezcan temas disímiles, hay un hilo conductor: la pérdida de la
esperanza para encontrar salvación en el pasado y en el futuro. No
planeo analizar el texto para dar una interpretación o una guía de
lectura, que lo arruine alguien más. Pero sí lo utilizaré como pretexto
para hablar de lo mismo.
Sabemos
que, ideológicamente, no hay nada de originalidad en el nazismo. Su
propósito fue consagrar la mediocridad que no pudieron superar en sus
propios papeles. Hitler fue un artista frustrado. Los únicos hombres de
ciencia o artistas de primer orden que permanecieron en Alemania, fueron
más cobardes que simpatizantes del nazismo, o al menos eso es lo que
declaran. Es natural que si la guerra hubiera terminado diferente, los
que huyeron son los que tendrían que dar explicaciones.
Lem,
halla una posible justificación que los mismos nazis pudieron haber
dado, con motivo de sus asesinatos. Haciendo una comparación con el
Marqués de Sade, cuya posición de aristócrata era suficiente para
justificar su libertinaje, dice:
“
En cambio, la conquista nazi era el arribismo de los vagabundos, los
palurdos, los hijos de suboficiales, los ayudantes de panadero y los
escritorzuelos de tercera fila que ansiaban el ascenso como si fuera la
salvación, pero cuya participación personal en la matanza parecía
dificultarles el ascenso. Entonces ¿qué ejemplo podían seguir? Bañados
de tripas humanas hasta las rodillas, chapoteando en el matadero, ¿cómo y
a quién iban a imitar para no perder de vista sus aspiraciones? El
camino más asequible para ellos el de kitsch , los llevó muy lejos hasta
el mismo Dios…El severo Dios padre, por supuesto, no ese llorica,
Jesucristo, Dios de la piedad y la salvación a través del sacrificio.”
Juzgar
¿Quién no condenaría a muerte a algún tipo de personas? Debemos
admitir que, aunque no sea activamente, muchos estarían de acuerdo en
que se asesinaran a ciertos criminales. ¿El motivo? Ser incorregibles.
Todo era culpa de los Judíos y se les Juzgaba como se juzgaría en el
juicio final.
Los
judíos eran culpables ¿pero culpables de qué? Con exactitud, no era un
error de los judíos, era, más bien, una especie de fatalidad. Fueron el
pueblo elegido. Ese fue su crimen.
“Desnudos
morían los más indefensos: los ancianos, las mujeres, los inválidos,
los niños. Desnudos, tal y como nacieron caen al barro. El asesinato
sustituía aquí a la vez a la jurisprudencia y al amor. El verdugo se
presentaba ante la multitud de gente desnuda que se preparaba para
morir, medio padre, medio amante; les condenaba a una muerte justa, como
el padre que con justicia azota a sus hijos, como el amante, que la
mirada clavada en la desnudez ofrece una caricia. ¿Será posible? ¿se
puede hablar aquí de algún vínculo con el amor, aunque sea una parodia
macabra?¿no será semejante interpretación una fantasmagoría
irresponsable?”
Pareciese
que los nazis estaban poniéndose en el lugar de Dios. Que ellos eran
los que tenían la última palabra por creerse de una raza superior. Pero
para Lem, nada más erróneo. Sí el nazismo proviene de algo, es de un
anticristianismo. De nuevo los judíos eran culpables. Pero el holocausto
no fue un castigo para expiar las culpas, como describe Lem en el
Párrafo anterior, sino que percibe que se trata de un atentado más
directo. No contra la religión específica, sino contra Dios mismo. ¿Cuál
podía ser la máxima negación de Dios? Desde luego, no por la palabra.
Atacando
a las iglesias siempre habrá qué sobreviva, o bien era demasiado
pronto, tenían que tirar de la raíz, y esa raíz era el pueblo Judío, el
pueblo elegido por Dios. Al aniquilarlo tomarían su lugar, pero sin
Dios. No era un pasado del que había que enorgullecerse, sino de su
futuro.
Hasta
aquí, el escrito de Lem no es más que una interpretación obviada del
nazismo. Hay una razón para esto. A nadie le importa un hecho del pasado
si no tiene alguna relación con el presente, ni siquiera al haber
muerto millones de personas.
Lem,
en voz de su autor ficticio ve en el holocausto el inicio del asesinato
legítimo, pero a su vez, de una alienación de la muerte. Éste último,
da lugar al primero. Después del Holocausto comienza a haber una
sobrevaloración de la vida, no sólo en el sentido de no atentar contra
la vida de otros, sino también en el sentido de prolongarla lo más
posible.
Extrañamente
esta sobrevaloración de la vida, ha hecho que perdamos la milenaria
fascinación por la muerte, la misma que incitó a la invención de
religiones, arte, filosofía, ciencia, en suma la que una vez que fue el
hombre consciente de ella, comenzó a ser hombre. Ya no nos asustamos con
la muerte, las historia de fantasmas son sustituidas por las de muertos
vivientes. La muerte no es nada, en el mal sentido epicureista. Tan no
es nada que, se quiere dejar de lado y alejarla para siempre de nuestras
vidas, el “homo longebus” y después “la vida eterna”. Desde luego el
propósito es el de disfrutar más de la vida sin las consecuencias de
los placeres, pero también, para probar la capacidad de las personas si
se mata a la muerte.
Nadie
sabe qué hubiera pasado si el hombre hubiera sido inmortal. Quizá nada
de lo que conocemos habría sido inventado, nada de lo perdurable, nada
de lo inmortal; el arte la religión, la ciencia son de los mortales, lo
efímero es del que no muere. La vida llena de placeres ante la esperanza
de un remedio para la muerte. Aunque esto último, es mi opinión
personal, y puedo refutarla yo mismo, diciendo, que el arte es fuente de
placer. Si los inmortales hicieran arte, religión etc., serían muy
distintas a como los conocemos. Quizás, no estemos lejos de eso.
Hace
un momento mencioné, una fascinación por la muerte. Así es, la
fascinación que originó la religión, antes de que se empezara a ver con
temor, la muerte debió verse con asombro.
El
temor a la muerte es lo que se oculta tras la sobrevaloración de la
vida, no es por amor a ésta. El miedo a morir también se extiende en un
miedo a matar. Culturalmente la muerte ha quedado desplazada, pero no
biológicamente, y de alguna manera tenía que volver a nuestra vida. Y
volvió con una toga, en el nombre de la justicia.
El
terrorismo al igual que el nazismo legitiman sus asesinatos. Los
legitiman no asesinando en el momento, sino planeándolo, de lo contrario
no serían más que vulgares asesinos. Un tanto más hace jurisprudencia
del estado.
Los
nazis querían rebelarse; se rebelaron contra Dios, que ya era un mal
para el hombre, y el holocausto se volvió legítimo. De igual manera, el
terrorismo atenta contra un sistema tirano, y ese asesinato bien
planeado se legitima.
El
estado contra el terrorismo es una de las consecuencias del nazismo y
el holocausto. “Guerra contra el terrorismo” es sólo una forma de
decirlo, puesto que no se reduce a atacar el terrorismo, sino a
cualquier tipo de revuelta.
El
terrorismo favorece al estado, “la agresión asesina es rechazada por la
represión asesina”, ya que presentan al asesinato como una herramienta
para el bien, y de la misma manera el estado se vale del mismo método de
asesinato para acrecentar la confusión moral y se dificulte el
análisis de los sucesos asociando excusas y culpas. La legitimidad vence
en la medida que ella misma se asemeja a la ilegitimidad que combate.
“Los verdugos se mezclan con las víctimas para demostrar que todos son
culpables”.
Hasta
aquí la primera parte del libro de Lem. Aquí hay un salto al futuro. La
segunda parte del libro es más extraña, pero más sencilla de explicar.
¿De
qué manera pueden conectarse el pasado y el futuro? ¿Qué clase de cosa
es el hombre que es capaz de reducirse a datos y cifras? Pues eso es la
historia, y eso es el futuro, el presente es el limbo.
No
importa que diferentes sean los seres humanos, todo se puede medir,
desde la cantidad de comida que comen, hasta las veces que copulan y en
que temporada nacen más niños. Podría saberse hasta cuantos pudieron
haber nacido, por la cantidad de espermas que tiene una eyaculación. Se
sabe la cantidad en litros de semen que eyaculan todos los hombres del
mundo. El libro de Estadísticas de Lem, no fue ideado como una ficción,
sino que fue una profecía, que sin duda, allá por 1982, ya era
manifiesto, pero que hoy, todavía nos sorprende. Cada uno de los actos
humanos se puede medir, y por tanto, predecir. En un minuto, mueren,
nacen, se masturban, abortan, lloran, ríen, millones de personas. A
nadie le importa quienes, pero sí importa cuántas ¿por qué importa?
porque el número, sin importar lo alto que sea, se sabe que siempre
puede haber uno mayor. Es decir, los números nunca serán demasiado
elevados, menos si los comparamos con números mayores.
Aquí
hay algo que puede unir ambas partes del libro. Hoy la gente muere, hay
guerra y asesinato. Hoy conocemos a Hitler como un asesino, pero estuvo
a punto de ser un gran hombre. Si hubiese muerto antes sería un héroe.
Pero se le recuerda por mandar matar millones de judíos. Y eso es
abismal en comparación de unos cuantos miles que mueren en México o unos
cuantos cientos o miles de musulmanes que han muerto, y así, la muerte
se va chiquiteando para no levantar sospechas, porque el genocidio está
permitido, si los números son bajos en comparación de otros..
La
ciencia ha comprobado que hay suficiente tierra y espacio para enterrar
a todos los muertos, ni toda la sangre humana del mundo podría siquiera
llenar el mar muerto. La ciencia favorece la lógica del asesinato, pero
¿y las leyes? Las leyes sólo prohíben el asesinato de parte de los
individuos, pero cuando se despersonaliza, está fuera de la ley. Está
prohibido que yo mate a alguien, pero no que se maten a miles, porque,
quien los mata ya no es alguien, se vuelve sal en el agua, él o ellos,
son números también. También morirán, quizá por venganza.
¿Quiénes
son los únicos que pueden matar en masa? Ya dijimos que no un
individuo; si lo hace, todos se enteran de su nombre, va a la cárcel o
muere, ¿los terroristas? Son kamikazes en su mayoría, están destinados a
morir. ¿Quién puede matarme dentro y fuera de la ley? El poder, el
estado. En nombre del bien, por supuesto. Ya no hay gente que disfruta
matando, todos matan en nombre de la justicia, todos matan al enemigo. Y
el estado mata a los enemigos del estado. Así como los enemigos del
mundo fueron los judíos, o mejor dicho, el enemigo del hombre era Dios.
No hay piedad contra el enemigo y el amigo también es asesino. ¿No dijo
Rimbaud que era “el tiempo de los asesinos”? Nuestra época es la era de
los genocidas. Todos a morir sin nombre, que el mundo se entere de
nuestra muerte, sin saber que estuvimos vivos alguna vez. Todo esto nos
hace pensar Lem en su pequeño libro.
Anteriormente
dije que Lem había escrito este libro con aparente seriedad.
Seguramente es una trampa para la hipocresía de los que se alarman con
la muerte y peor aún con un mundo de estadísticas. Lem habría de
burlarse de todo, sobre todo de sus lectores.
Comentarios
Publicar un comentario
Deja tu comentario