Economía de la felicidad
Autor: Erik Pérez Arriola
Contacto: erikpeconomia@gmail.com
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La eficiente asignación
de recursos que fomenta a la corriente económica predominante tiene,
evidentemente, entre sus metas alcanzar “bienestar” para la población.
El bienestar entonces juega un papel fundamental dentro de las
aspiraciones sociales de las llamadas “democracias modernas”, sin
embargo, cabe cuestionarse en este punto ¿cómo se alcanza ese estado de
bienestar? Es decir, el estado de tranquilidad y satisfacción que un
individuo, desde su apreciación individual, encuentra en un determinado
estado de cosas. Habiendo llegado hasta aquí, y tratando de ir más lejos
en el desarrollo de la idea, podríamos continuar con la interrogativa:
¿puede la sociedad en su conjunto alcanzar ese estado? La existencia del
individuo como ser social y su integración a un colectivo llamado
“sociedad”, articulado por reglas y costumbres en común y delimitados
físicamente por el espacio y el tiempo, implica que se aspire en
general a que el colectivo alcance o experimente el llamado bienestar.
De ahí que las organizaciones políticas modernas prácticamente en su
totalidad, en el discurso o en los hechos (esto último no siempre como
debería), tengan primordial preocupación por lograr el tan reiterado
“bienestar”.
Entonces, una organización económica que garantice precisamente los
“satisfactores” objetivos y materiales que brindan cierto grado de
tranquilidad al individuo y al colectivo, ¿garantiza el bienestar de
toda su población? A primera vista podría decirse que sí, sin embargo,
más allá de la apariencia, inquiriendo entre los fenómenos sociales de
alto impacto como, por ejemplo, los suicidios que precisamente en países
como Dinamarca, Islandia, Suiza o incluso Estados Unidos y Canadá
presentan las tasas más altas, esta situación resulta seriamente
contradictoria en una sociedad en la que, al parecer, el bienestar está
asociado íntimamente con la materialidad. Entonces resulta
imprescindible llegar más allá de ese estado de supuesto bienestar, que
al parecer está generando distorsiones sociales o repercusiones
particularmente llamativas.
A
este respecto, un anhelo de felicidad global, aunque resulta un tanto
utópico, pone en un punto de discusión el hecho de que los gobiernos
busquen ese estado por medio de las políticas económicas, ¿Cuál será
entonces la diferencia entre ese estado de bienestar y una situación de
felicidad? La respuesta no parece ser sencilla e incluso incurre en el
terreno de lo subjetivo pero a la luz de la experiencia del pequeño país
ubicado al este de la india llamado Bután, que hace 40 años colocó el
objetivo de felicidad nacional por encima del Producto Nacional bruto,
resulta muy enriquecedor, tanto, que incluso motivó hace alguno años un
encuentro de representantes internacionales en materia de políticas
públicas en ese país.
Las
políticas de desarrollo no se deben dejar de lado, ya que es imposible
que un individuo se considere en un estado de felicidad si no cuenta con
la asistencia básica de salud o de educación, o de empleo, que
garanticen una adecuada convivencia y calidad de vida. Sin embargo, el
desarrollo sin crecimiento es poco posible, es aquí en donde surge una
posible distorsión al fijarse como objetivo alcanzar ese estado de
felicidad; los estados buscan crecimiento tan primordialmente que han
provocado desigualdad y concentración de los ingresos, además, parece
ser que la capacidad de redistribuir la riqueza generada por ese
crecimiento ha resultado altamente ineficiente. Existen otros aspectos
de bienestar individual que devienen en felicidad y estos aspectos
pueden ser proporcionados por una adecuada intervención de los
gobiernos, por ejemplo, una correcta integración de la familia o la
posibilidad de una adecuada convivencia vecinal, cultura y
esparcimiento, entre otras cosas. El deterioro ambiental es otro factor
que va en detrimento de la felicidad; el cambio climático y la excesiva
dependencia por el petróleo están alterando la relación
hombre-naturaleza, además el consumismo característico de la sociedad
capitalista cada vez hace más daño a la población en especial a las
nuevas generaciones que sin duda representan el futuro de esta
sociedad.
Evidentemente,
una consideración de factores de este tipo debe fomentar una
participación más activa de los gobiernos para alcanzar este estado de
felicidad, que mejorará la calidad de vida de la población y devendrá en
una sociedad más sana, equilibrada y productiva.
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