Cuento

Autor: Carlos Campos Rodríguez

Conocí una araña que no quería trabajar. Todo lo que hacía era colgar un delgado y largo hilo desde el lugar en que despertaba por las mañanas, y esperar a que algo cayera ahí. Mientras todas las otras arañas escogían con cuidado locaciones, se movían con sigilo, planeaban trampas y tejían redes, ella se colgaba en el techo de cabeza y tendía un solo hilo hacia el suelo, como el hilo de un papalote, o más exactamente, como el hilo de una caña de pescar. Como pescando estrellas. Una vez logró atrapar algo, una pequeña mosca de fruta. La araña, colgada de cabeza, la subió, la asfixió con calma, y poco a poco comió pequeños pedazos de ella; cuando no tuvo más hambre, dejó caer el resto hacia el suelo, y todas vimos perderse en la distancia una lluvia brillante de pedazos de materia de algo que por su movimiento aún parecía vivo, sólo que además parecía algo más.

La araña muy pronto murió de hambre, y las demás nos comimos su cuerpo.

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